sábado, 16 de marzo de 2013

Capítulo 15


Al entrar en el abrazo de Marcus me sentí pequeña e insignificante. Cuando ya estuve segura en sus brazos, empezó a dar vueltas. En una de las vueltas miré en dirección a Erik, su cara era un claro ejemplo de los efectos de los celos. Tenía una mirada fiera y persistente. Si se pudiera matar con la mirada, yo ya no formaría parte de este mundo. En realidad, tampoco Marcus, porque tenía mis dudas sobre si la espalda de éste tenía dos hoyos creados por los increíbles ojos de mi objeto de devoción. Funciona, realmente funciona. Entonces algo le tengo que importar sí o sí. De acuerdo, el primer paso del plan ha sido todo un éxito. El segundo depende de cómo reaccione, es decir, qué vaya a hacer al respecto. Aunque estoy bastante confiada en esa parte, va a hacer exactamente lo que creo que va a hacer. Va a intentar ponerme celosa, y lo que él no sabe es que tengo una pequeña sorpresa para él. Me puse a reír al pensarlo imaginándome su cara.
Mis cavilaciones  fueron interrumpidas por el suelo de nuevo bajo mis pies. Reaccioné y quité los brazos de su cuello y le di un beso en la mejilla dándole las gracias. Él me sonrió en respuesta. Me giré para enfrentar a un muy enfadado Erik, pero ya no estaba. Sentí una punzada de decepción. ¿Qué me esperaba? Estoy enfadándolo, no va a quedarse a ver el espectáculo, está claro. Tampoco que espere nada, simplemente quiero ponerle celoso, pero no quiero herir sus sentimientos. Me siento mal, pero lo veo necesario. No porque necesite hacerle sentir mal, sino porque quiero que reaccione. Y eso solo puede pasar si tiene un golpe de efecto. Quiero que dé la cara por mí, quiero que se plante y me muestre sus sentimientos. Porque los míos están muy claros, pero él está confundido y eso lo odio. Yo quiero un hombre que no tenga miedo de sentir lo que siente y menos expresarlo. Quiero a un hombre que no dude de lo que siente por mí, que lo tenga claro y venga a decírmelo. ¿Muy de cuento de hadas? Puede, pero no pido la luna en trocitos pequeños para una ensalada, pido simplemente un hombre que quiera estar conmigo. Y eso es lo que voy a conseguir, porque no hay persona más paciente, testaruda y persistente que yo. Si quiero algo lucho por ello, porque de otra manera no me lo merezco.
Caminé un poco decaída pero segura hasta la clase donde se encontraban los niños. Ese día iba a ser un día largo, lo presentí.
Estaba con los niños pequeños durante la clase de psicomotricidad, les había formado un circuito y estaban destrozándolo cuando no habían pasado ni 15 minutos. Se me acercó un niño pequeño que se llamaba Sergio.
—Eli, ¿Tienes novio? –Me preguntó con mirada inocente, no pude evitar reírme ante la pregunta. Me agaché para ponerme más a su nivel, tenía 2 años, era adorablemente pequeñín.
—Pues, no, ¿Y tú, Sergio? –Le pregunté con una sonrisa.
—Tampoco, entonces… ¿Quieres ser mi novia? –Me puse a reír de nuevo, esta vez más fuerte. Lo cogí en brazos y asentí con la cabeza.
—Claro que sí, guapísimo, ¿Me das un beso? –Le contesté, y él me dio un beso de bebé en los labios. Entonces oí una risa, una muy familiar. Me giré para la ventana para ver a Erik apoyado en el marco con una sonrisa soñadora. Estoy segura que ahora mismo mi mirada muestra lo mucho que lo echo de menos. ¿Tengo permitido echarle de menos? Sí, pero que no se note. Bajé a Sergi al suelo y le acaricié el pelo de forma cariñosa. Llevo de monitora una semana y los niños pequeños ya se han ganado de forma indefinida mi cariño.
Vamos, ves a jugar con los demás. Pero ten cuidado, ¿vale? –Le dije dándole un leve empujón hacia el circuito. Cuando levanté la cabeza para observar a mi Erik, solo vi su espalda alejándose. Espera, ¿MI ERIK? Bien, genial. Ya estamos. No voy a aguantar mucho todo este tema de los celos, lo necesito. Lo necesito conmigo.
Llevé a los niños a comer y luego a dormir. Llegó la hora de comer para los demás y yo aún estaba encerrada en la habitación con los niños durmiendo. Pero por suerte, una monitora vino a sustituirme y pude ir a comer con mis amigos y está claro, con él.
Entré en el comedor y sentí su mirada en mí. Vi cómo se levantaba y se dirigía a otra mesa con monitores, entre ellos había una chica, Laura. Él fue a saludarla muy efusivamente y ella se levantó. ¿Soy yo, o intenta ponerme celosa? Laura le dio un beso en la mejilla y lo abrazó. Puso la cabeza en el hombro de él y me miró. Cuando vio que la estaba mirando, me guiñó un ojo. Yo en respuesta asentí con la cabeza y le sonreí. Sí, fase dos completada. Sabía que lo haría. Reí para mí misma triunfante. Él se apartó de ella y me miró, rápidamente escondí la sonrisa y aparté la mirada, para que pensara que estaba enfadada. Noté que me seguía con la mirada mientras me dirigía a la mesa donde se encontraba Marcus con Edu y Ana. Puse los brazos alrededor de los hombros de Marcus. Miré a través de la mesa, no había ni una silla libre.
—No hay sitio para mí, ¿Ahora qué hago? –Pregunté para los que estaban en la mesa. Vi de reojo a Erik sentarse en su silla, no muy lejos de donde me encontraba yo, seguía observándome.
Marcus, siguiendo mis órdenes al pie de la letra, apartó su silla y me sentó en su regazo. Me miró muy de cerca, cosa que me hizo reír. Lo estaba haciendo muy bien.
— ¿Aquí está bien? ¿O necesitas algo más? –Me preguntó Marcus coqueto, en sus ojos podía ver la diversión que este juego le brindaba. Me giré hacia su bandeja con la comida y arrugué la nariz. Finalmente me decidí por el trozo de sandía.
— ¿Te importa? –Le pregunté mientras daba un bocado más lento de lo necesario al trozo inocente de sandía. Me miró pícaro y contestó:
—Para nada, pero al menos déjame probarla –Le acerqué el trozo a la boca y le dio un mordisco, nunca separando sus ojos de los míos. Cuando hubo mordido, volví el trozo a mi boca y di otro bocado.
—Quieto, te has manchado, espera –Dije a la vez que me acercaba y pasaba el dedo por sus labios para quitar el rastro de sandía. Me siento mala, muy mala. Pero esto está funcionando. Ahora que sé que está celoso, me siento un poco más segura. Me gusta mucho este hombre, mucho. A lo mejor incluso más de lo que quiero admitir, por eso he llegado a usar estrategias, cosa a la que siempre me he negado. Simplemente pienso que si consigo estar con él, habrá valido la pena todo.
 Oí sonido de sillas, me giré y vi a Erik levantándose furioso de su silla, dejando la bandeja y yéndose un poco más rápido de lo necesario.
Cuando cerró la puerta de un golpe, empezamos a reírnos todos.
Después de comer, bajamos donde siempre nos quedamos jugando a ping-pong. Vi a Marcus sentado en el banco, raro. Me acerqué a él.
—Ei, ¿Qué haces en el banco? Si eres el que mejor juega –Le dije, sentándome al lado. En ese momento, apareció Edu.
—Lo que pasa, es que si no juega conmigo, no es realmente una competición y se aburre. ¿Quién podría culparlo por eso? –Contestó Edu con una sonrisa, divertido. Me reí.
Llegaron las niñas de tenis y se sentaron en el banco, sin dejar un solo hueco para mí. Cuando Marcus me arrastró hacia él y me hizo sentarme en su regazo supe que Erik estaba cerca. Miré a los lados buscándole y lo vi venir por el pasillo desde lejos. Coloqué un brazo alrededor del cuello de Marcus.
—Buenos reflejos –Le susurré al oído, intentando conseguir la reacción esperada del Príncipe azul, para demostrarle que la Princesa no cae del cielo sino que tiene que ganarse.
Noté que el agarre que Marcus tenía sobre mí se intensificó, eso sólo podía significar que estaba cerca. Sentí que ya me estaba pasando, había pasado de ponerle celoso a ser cruel. A lo mejor si paro un poco, me siento mejor. Lo retomaré mañana. Hoy me tomo un descanso.
Me levanté de su regazo, ganándome una mirada ceñuda por parte de Marcus. Lo calmé asintiendo levemente. Cuando estuve de pie, miré fijamente a esos ojos azules que me quitaban el aliento y hacían dar vueltas mi cabeza. Estaba completamente serio, delante de mí, y me miraba expectante, como si esperara que yo dijera algo. Y así lo hice.
— ¿Quieres jugar una partida de ping-pong, conmigo? –Le pregunté, pillándolo completamente desprevenido. Me miró como si viera después de ser ciego, echaba de menos esas miradas. Cuando me hacía sentir que era la única a la podría alguna vez mirar así. Sonreí como una tonta y solté una risita nerviosa cuando asintió con la cabeza, pareciendo los perros de mentira que se suelen llevar en los coches que no paran de mover la cabeza. Es adorable este hombre, ¿Quién podría resistírsele? Porque YO NO.
Cogimos las palas, y nos pusimos en modo ataque. Estábamos sonriendo los dos, inevitablemente.
—Te voy a ganar, ¿lo sabes verdad? –Dijo él, muy seguro de sí mismo, mirándome fijamente, atravesando mi cuerpo entero con esos ojos azul cristalino. Lo vi tensarse, vi los músculos de sus brazos luchar por no salirse de la tirante y perfecta piel, la gota de sudor resbalar por su sien y desaparecer en el cuello, sus rodillas dobladas exhibiéndose. Me reí.
—Las apariencias engañan, señorito. A veces, simplemente tienes que tirarte a la piscina. Quien no arriesga, no gana. No me gustan los cobardes, ¿Sabes? –Dejé ir la indirecta, dejándolo por un segundo en shock, luego sonrió aturdido dándose cuenta de que tenía un doble sentido (o más de dos). Se rio nervioso, pero asintió entendiendo. Me miró como si yo lo hubiera retado y él hubiera tomado el reto encantado.
—Deberías saber Princesa, que lo que fácil viene, fácil se va. Si cuesta, se lucha y se consigue, se disfruta mucho más y vale mucho más la pena. Quiero que sepas que a mí tampoco me gustan los cobardes, bien está lo que bien acaba –Dijo, dejando la indirecta tan clara como la mía, estábamos peleándonos verbalmente. Ni siquiera habíamos empezado a jugar. Él sacó y le devolví la pelota con un golpe de muñeca. Estuvimos así un rato, simplemente dándole a la pelota, disfrutando al hacer algo los dos juntos. Estábamos en nuestro mundo, sentía como si estuviéramos solos aún y estando en una sala llena de gente. Esa sensación es increíble.
— ¿Cuándo sabes si vale la pena luchar por algo? ¿Y si no estás seguro de los sentimientos de la otra persona? A lo mejor, arriesgarte es demasiado peligroso. Te arriesgas a que te rompan el corazón, ¿Verdad? Pero ¿y si en vez de eso, encuentras algo que ni siquiera sabías que estabas buscando? Es la cosa más gratificante que te puede pasar, encontrar a una persona que te complemente, te complete. La perfección no existe, dicen, pero para mí la perfección no es aquella persona que no tiene defectos, o no ha cometido errores, sino aquella a quien le aceptas los defectos, los errores y se convierte en perfecta para ti. Como dos piezas de puzle, que encajan a la perfección. Aquella que acepta los tuyos y te quiere por ello. Aquella de la que conoces el lado oscuro y aún y así la quieres. Eso es algo por lo que vale la pena arriesgarse, ¿No crees? –Dije, sacando mi corazón fuera, sin ningún temor o remordimiento. Hice lo que sentía.
—Exacto. Y sé detectar algo por lo que vale la pena luchar. Y voy a luchar, oh sí, voy a luchar. Si no he hecho suficiente, voy a buscar la manera para que lo sea. Lo que pasa, es que para mí, la perfección tiene nombre y apellidos.  No me voy a rendir, que lo sepas. No voy a parar de luchar hasta que consiga lo que quiero, y tú y yo sabemos qué es –Dijo él con tono contundente, no dejando ninguna duda. Se le iluminó la cara. Estoy segura que yo tengo una expresión similar. Adoro a este hombre, lo adoro. No me imagino ningún día sin él ahora mismo. Me reí, y dejé pasar la pelota a través de mis dedos.
—Yo tampoco me voy a rendir, porque he encontrado mi perfección. Y una vez la he encontrado, no la voy a dejar ir. Y voy a arriesgarme porque  vale la pena, lo sé, lo noto en cada célula de mi cuerpo –Contesté con una sonrisa en la cara. Me giré y me fui, no sin antes guiñarle un ojo.

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